El instinto nos dice que muchas cosas en esta vida son complicadas de hacer y conseguir por mucho empeño que pongamos o mucho dinero que nos gastemos para llegar al posible logro.
¿Quién sabe pasear a 5 perros a la vez? ¿Quién puede hacer malabares con 8 cuchillos sin cortarse las manos? ¿O quién sabe correr a 60 kilómetros por hora sosteniendo un huevo en una cuchara en la mano? Sí, habrá personas en este mundo que lo sepan hacer a la perfección con práctica o sin práctica porque les viene naturalmente y a los demás nos cuesta una eternidad llegar a dominar estas actividades con todo el esfuerzo, sudor y lágrimas.
El golf es uno de esos deportes que nunca llegaré a dominar, pese a las horas practicadas, el tiempo y dinero gastado y toda la atención puesta durante años. En su libro titulado “A Mixed Threesome” de 1922 el autor P.G. Wodehouse dice que “el golf, como el sarampión, debería ser aprendido desde joven porque si se pospusiera hasta los años de madurez, los resultados pueden ser serios.” Tal vez debería haber empezado durante mi niñez, pero no fue hasta los 15 años que decidí meterme en el deporte.
Ahora imaginen a un joven de 15 años que inicia un idioma extranjero por primera vez. Es por eso que los expertos dicen que los niños deben iniciar un idioma extranjero antes de los 7 años de edad y es por eso que hay numerosos padres en las puertas de las academias matriculando a sus hijos cada septiembre.
Con todas las consecuencias y con la idea de que iba a encontrarme con adversidades por el camino, decidí meterme en el deporte rey de los caballeros. Lo había visto mucho por la tele y los profesionales lo hacían tan bien que me pareció tan fácil. ¿Por qué yo no?
Mi querida madre me animó mucho a que iniciase clases de golf y que me preparara para ser admitido por el equipo de mi instituto. En aquellos años, mis padres me compraron un conjunto de palos usados y seguía siendo carísimo el conjunto a pesar de su uso, mi abuelo me compró la bolsa para meter los palos durante un cumpleaños y las clases mensuales que había que abonar fueron repartidas entre mis padres y mi abuelo. Y ni siquiera había pisado el campo de juego y no imaginábamos lo costoso que iba a ser jugar en un campo normal y corriente, sin lujos y sin ser miembro de ningún club.
Mi instructor, Bob, un hombre ya mayor y jubilado, empezó a trabajar conmigo con mi swing, postura, tiros a larga distancia, putts, estrategia de campo, y muy importante, el factor del viento. Al principio, todo muy bonito y prometedor, pero me metí en un berenjenal. Tras meses y meses de incluso práctica en el jardín de mis padres detrás con 2 acres de terreno, donde estropeaba el césped, no veía avance ni mejoría. Bob me consolaba. Mis padres me recomendaron que le diera tiempo. Y le di el tiempo.
No obstante, ya pasados los años y ya metido en la universidad, tras el rechazo del equipo del instituto por no estar al nivel de los miembros del equipo, tras miles de horas gastadas y cientos de dólares gastados en equipamiento, ropa, clases y gastos de campo, pensé que el golf no era para mí. Abandoné mayormente por mis estudios universitarios, pero en gran parte por una rendición solemne. No tenía manía hacia el golf. Me seguía gustando y seguía viendo el deporte por la tele. El problema era yo.
Mi experiencia en el golf sirve para explicar la evolución que puede encontrar una persona en la trayectoria con el inglés, incluso los más pequeños que no conectan con el idioma desde el principio. Miro atrás y realmente fue un momento bonito en mi vida. Me ayuda a explicar a mis alumnos y a los padres de la academia que las cosas que nos comprometemos a hacer nunca llegan a ser un camino de rosas.
¿Cuántos padres tienen la tranquilidad mental de que desde los 4 años están yendo a la academia y de que sus hijos van a tener un futuro próspero? Apuesto que sí. Por lo menos, la intención está, pero tengo que destacar que el nivel se gana, no se paga. Igual que mis padres intentaron “pagar” por mi buen juego de golf, hay literalmente padres y/o alumnos adultos que piensan que pueden estar gastando miles de euros en la inversión del inglés y después de unos años, éstos pueden estar sacando títulos renombrados y entendiendo los dibujos animados o una serie televisiva como una persona nativa. Si a mí me ha costado 15 años (los que llevo viviendo aquí) para entender un programa televisivo como Sálvame Deluxe, ¿por qué no podría resultar difícil a un niño entender a Bob Esponja en inglés, aunque asistiera 10 años a la academia?
Y en realidad hay muchos niños y/o adultos que triunfan. Sacan sus títulos y los lucimos en nuestros corchos, entienden algo de Bob Esponja, puedan pedir la cuenta en un restaurante, decirle a un inglés cómo se llega al puerto, hacer la voz pasiva, saber cómo se dice “teleadicto” en inglés, pero saben hacer todo esto dentro de unas limitaciones también. Nadie es Shakespeare. Yo no soy Cervantes en castellano ni quiero serlo. Si quisiéramos que nuestros hijos fuesen Shakespeare, tendríamos que habernos casado con un inglés/a o estadounidense.
Y todo se ha conseguido por destino, por suerte, tal vez por empeño, por casualidad, por personalidad, carácter, factores de humor, medioambientales o una combinación de componentes. Pero en ningún momento se ha comprado. Reitero que un nivel de inglés en concreto se gana. Un nivel para jugar al golf lo tenía que ganar yo, Bob no, ni mis padres ni nadie.
El español que sé hoy en día lo tuve que lograr, no lo compré y dependía de mí. Me podía haber ido mal o bien, independientemente de la intervención que me podían haber puesto mis padres. Mi padre, en cambio, pasó los mismos años oyendo a mi madre hablar en castellano y 30 años casado con ella no sacó ningún fruto y tiene el mismo nivel desde hace años. Hay personas que avanzan y otros que no avanzan con la misma intervención. ¿Falla algo en clase? ¿Me falló Bob en golf?
Todo este mal concepto de logro nos lleva a lo que es la mentalidad moderna. Por eso, hoy en día parece ser que todo el mundo puede ser cantante, cuando en el pasado el talento y tal vez la persistencia eran los secretos de hacer el artista. Muchos quieren ser futbolistas. Unos llegan a ser, otros no. Yo siempre he querido ser locutor de radio. Lo fui en un momento de mi vida joven, pero después de tantos rechazos y viendo que el medio se moría, pues contacté con la realidad y salí al instante porque no veía futuro. Yo les hablo a mis hijos en inglés. A mi pequeño de 2 años le empiezan a salir palabras sueltas en inglés: apple, pig, ball…etc., pero meses tras meses de repetirle monkey, no le sale. ¿Algo que hago mal? Entonces, es muy normal que un niño tras años en una academia se le olvide decir en inglés “mucho gusto.” La vida es para lucharla y resistir, pero también es para reconocer nuestras limitaciones.
No pretendo decir que deberíamos rendir en la vida. Admiro una persona que lleva ocho años luchando por una oposición. Le animo a que siga, pero podemos estar una eternidad haciendo algo y quizás no llegamos a donde queremos estar. Es normal.
El matemático inglés Andrew Wiles pasó seis largos años en aislamiento para resolver el último teorema del matemático francés Pierre de Fermat, que había sido un teorema sin resolverse desde 1637. Aunque no llegó a resolverlo por completo ya que había un fallo en la fórmula, la historia de Wiles nos ayuda a demostrar que muchas personas tardamos muchísimo en llegar a dónde queremos estar y aún así seis años no garantiza el éxito por completo.
Para concluir, me gustaría saber muy bien a pesar de las horas pasadas y gastadas de terapia, ¿cómo avanzan los niños autistas? Avanzan enormemente, pero tal vez no llegan hasta dónde quieren que los padres avancen. ¿Hay algo que no están haciendo bien en terapia? Para nada. Es simplemente el ritmo que tienen los niños. A lo mejor tenemos que pensar lo mismo cuando los niños vayan al inglés.